RomaniaFronteraLlegando a la frontera de Hungría con Rumania, nos asustamos al ver lo que parecía una cola kilométrica de camiones. Menos mal que tenían su propia fila y nos pudimos llegar a la barrera de control sin problemas.
Habíamos pasado de Austria a Hungría sin apenas notar que había una frontera, pero, entre Hungría y Rumanía, se veía claramente que allí empezaba “la otra” Europa.
Perdimos bastante tiempo en el puesto fronterizo húngaro, mientras comprobaban los papeles de mi hermano y del GT-R. Nos explicaban que muchos coches robados terminaban en Rumanía y que tenían que ser muy diligentes.
Nada más cruzar a Rumania, nos aseguramos de comprar las viñetas para ese país en un kiosco al lado del peaje– costaban 5€ por semana.
Se notaba en seguida un deterioro en la calidad de las carreteras en comparación con Hungría. Había bastante tramos con adoquines.
Nos tropezamos con algún que otro paso a nivel sin barrera. Al cruzarlas, se percibía claramente las vías del tren, que no habían sido correctamente aisladas.
Curiosamente, la primera zona que atravesamos, cerca de Hungría parecía pobre, con casas muy rudimentarias y encontrándonos con frecuencia a personas en carros tirados por animales. Se observaba también a pie de carretera delante de las casas muchos puestos con productos agrícolas a la venta. Paramos en uno de ellos y compramos fruta muy buena y muy barata.
Una de las cosas más curiosas que notamos, era que, tanto en Hungría como en Rumania, las gasolineras en las autovías tenían a la venta gasolina de 100 octanos – la recomendada para el GT-R. Aproveché y la puse en el Boxster también.
Ese primer día, nos perdimos cuando buscábamos el alojamiento. Paramos al lado de un señor mayor en un Renault 12 para pedirle ayuda y ¡nos contestó en un perfecto inglés! dándonos las indicaciones pertinentes.
Ese dominio del inglés lo pudimos confirmar después en varios lugares, sobre todo en los hoteles y restaurantes.
Debido al despiste, cuando llegamos a nuestro hotel, ya era de noche. Afortunadamente, tenía restaurante y después de cenar, me acuerdo que la familia nos sirvió aguardiente casero de cerezas (Palinka) “a discreción”. Muy buena.
Nuestro alojamiento se encontraba en el pueblo de Petresti, “a pie” da la carretera DN67C y fue fácil comenzar nuestra aventura por el famoso Transalpina.
Al contrario que Henry Catchpole, recorrimos esta carretera en sentido norte sur- hasta Novaci-unos 130 kilómetros en total.
La primera parte era llana con algunos tramos de grava y otras “en obras”. También encontramos un tramo con buen asfalto, pero con cortes cada 200 metros donde el agua de los laterales había atravesado la carretera para llegar al río del otro lado. Estaba claro que no se habían metido las canaletas correspondientes por debajo de la carretera.
Por lo demás era un trayecto algo triste y sombrío, aliviado de vez en cuando por el tráfico que venía en sentido contrario.
La parte bonita, en altura, no empezaba hasta cerca de la bella localidad de Ranca, tras haber recorrido casi 80 kilómetros. Una vez arriba, era el paraíso, no había más que nosotros y algunos moteros que también habían hecho el peregrinaje.
Esa noche, comentando el estado del Transalpina con los dueños del hotel, nos informaron que, en mayo de ese año (2014) el constructor había sido enviado a prisión por el desvío de fondos destinados a la obra. Ahora entendíamos esos “desperfectos” en la carretera.
Dado que el hotel estaba situado fuera del núcleo urbano y no tenía restaurante, tendríamos que coger los coches si queríamos cenar. Nuestra intención era tomar algo de vino con la cena, pero, preguntando a nuestros huéspedes, nos informaron que la tasa de alcohol permitido al volante en Rumania era de 0,0 g/l.
Viendo nuestras caras de decepción, el hijo dueño del hotel se brindó a llevarnos al centro en su propio coche. La vuelta la hicimos a pie, cantando bajito.
TransfagarasanA la mañana siguiente, atacamos el Transfagarasan (la DN7C) en sentido sur norte – un trayecto de 110 kilómetros.
La ruta estaba mucho más transitada que el Transalpina, pero el tráfico no llegó a molestar. En esta primera parte, la calidad del asfalto era más bien pobre, como se puede apreciar en este breve video.
Hicimos una parada en la presa de Vidraru, debajo de la cual durmieron los protagonistas de Top Gear.
Tras bordear el enorme lago del mismo nombre, llegaron las primeras cuestas.
Desde allí, iniciamos el ascenso hasta el lago glacial de Balea, el verdadero corazón del Transfagarasan.
Una vez pasado la zona de Balea, iniciamos el descenso por el otro lado. Dada la belleza del paisaje, aprovechamos para hacer sesión de fotos.
Cuando llegamos abajo, compartimos opiniones y la conclusión fue unánime- nos gustó bastante más el Transfagarasan que el Transalpina.
Otras visitasUna vez cumplido nuestro objetivo y dado que estábamos por la zona teníamos que visitar el famoso Castillo de Drac- residencia del Conde Drácula en otros tiempos.
Con algo de desconfianza, dejamos los coches en un aparcamiento atendido por uno chavales quienes chapurreaban el inglés, pero, a la vuelta, estaban perfectos.
El castillo resultó ser un atractivo turístico de primer orden, pero los textos reivindicativos en las paredes del mismo por los propietarios, los antiguos monarcas de Rumania, estropearon toda la ilusión de sentirse en casa de Drácula.
Esa noche, dormimos en una pensión donde descubrimos que el propietario no hablaba inglés ni otro idioma más que el rumano. Conseguimos, no obstante, que nos pidiera un taxi para ir al centro del pueblo a cenar.
A la mañana siguiente nos sorprendió con un desayuno pantagruélico, incluyendo morcilla y todo tipo de frutas y verduras. Un verdadero batiburrillo – no sabíamos si estábamos cenando o desayunando.
Una vez terminado el desayuno, nos fuimos asimilando que nuestro viaje relámpago a Rumania estaban tocando a su fin.
Estábamos algo preocupados por las posibles demoras en la frontera con Hungría (habíamos visto colas kilométricas en ambos lados de la misma) y decidimos salir pronto y no parar hasta salir del país.
Finalmente, no hubo problemas en la frontera y pasamos en un pis-pas. Aún así decidimos estirar la jornada, terminando el día en Siofok, en el lago Balatón.
¡Un trayecto de casi 800 Km y unas nueve horas al volante, de una tacada!
Llegamos a nuestro destino sobre las 7 de la tarde, dándonos tiempo a contemplar el atardecer espectacular sobre el lago más grande de Europa central.
Y hasta aquí puedo contar.
ConclusionesDurante la cena en Siofok, pudimos respirar un poco y reflexionar sobre este “raid” que habíamos hecho.
En lo que a los famosos puertos se refiere, estaba claro que no hacía falta ir tan lejos para experimentar carreteras de montaña espectaculares.
Podíamos encontrar carreteras mejores, no sólo en el resto de Europa, sino aquí mismo en la España peninsular, aunque nuestros países preferidos seguían siendo Suiza y Francia.
Lo mejor que nos llevamos de Rumania fue la sorprendente amabilidad y hospitalidad de los rumanos.
PrologoCuando llegué a casa 4 días después, habiendo hecho noche en Venecia, Cannes y Girona, el ordenador de a bordo del Boxster marcaba 7.400 km.