Estaba pensando en un titulo para este relato y se me ocurrió que la canción de los Beatles “The long and winding road” me venía de perlas para encabezar lo que es seguramente la búsqueda más larga de un roadster de un socio del RSC.
2002
Mi relación con el Boxster se remonta al año 2002. Aunque soy aficionado a los coches deportivos desde la adolescencia, como padre con hijos, hasta entonces solo había tenido coches familiares (R14, R21, A100 e A6). Un día, decidí que merecí tener un deportivo en el garaje y repasando los deportivos pequeños que existían en el mercado, no sé por qué, decidí que tenía que ser un Boxster. En esa época, era el feliz propietario de un BMW 530i E39 con el cual estaba muy contento, pero ni siquiera consideré el Z3.
A sabiendas de que el PVP de un Boxster nuevo rondaba los 45.000 euros, empecé a buscar los anuncios de coches de segunda mano, esperando encontrarlos más baratos. ¡Craso error! ¡Valían más que un nuevo! Repasando los foros especializados, me di cuenta que el precio de 45.000 euros era al precio base y que nadie compraba un Porsche sin extras. Así, el precio medio de los nuevos estaba entre los 55.000 y 60.000 euros y el de segunda mano alrededor de los 45.000 euros.
Aun así, en el verano de 2002, me acerqué al concesionario Porsche más cercano para ver lo que tenía. Para mi sorpresa el trato fue mucho mejor que en Audi o BMW, por ejemplo, dado que, sin conocerme de nada, me ofrecían un Boxster para probar durante varios días. (En las otras marcas, no me dejaban probar el coche si no estaba el vendedor a tu lado).
Era el modelo básico, el 986 de 2.5l y 204 cv. Hice varias salidas, solo y con mi mujer, capotado y descapotado. Lo encontré duro, incomodo, ruidoso y espartano especialmente si lo comparaba con el BMW. Me acuerdo que no tenía guantera, la radio casi no se oía y la luneta trasera era de plástico. Además, me dio la sensación de que no empujaba en comparación con el motor de 231 cv del BMW. En conclusión, me pareció demasiado dinero para un coche que no me aportaba ni la sensación de lujo ni la experiencia de deportividad que yo buscaba. Así lo expliqué al comercial de Porsche y lo dejé estar.