He leído hace unos días un comentario que me pareció interesante, e incluso emotivo, a propósito del ambiente en el que vamos a introducirnos ruteando por lugares que, aún hoy en día, siguen contándose entre los más remotos y apartados del noroeste peninsular.
Son unas palabras que en mi opinión relatan y describen con excelencia una Galicia profunda de la que persisten muchos reflejos que sin duda llegaremos a captar en nuestro recorrido por estas tierras.
Me permito extractar aquí dicho comentario, y os recomiendo su lectura:
Courel, Cebreiro, Ancares... tierras míticas del alma gallega, y ríos también míticos: el Sil, el Lor, el Cabe, el Lóuzara... toda una exuberante naturaleza alimentada de poderosos bosques de carballos (robles), castiñeiros (castaños), bidueiros (abedules), amieiros (ameneiros), piñeiros (pinos), acivros (acebos)... que señoreaban águilas reales, osos, urogallos, jabalíes, jinetas, zorros, y el temible lobo.
Poblaciones humildes enraizadas en valles profundos, en laderas o en pasos y puertos naturales. Con hombres y mujeres trabajadores de la tierra, consumidos por el sudor y con frecuencia por el poco haber y menos tener, con la necesidad apremiante y casi única de subsistir; encerrados en inviernos por ventiscas y nieves insistentes, nevadas que taponaban pueblos, caminos, ríos, bosques y cubrían las cimas soberbias.
Hombres y mujeres anhelantes de la llegada de los deshielos y de la llegada de la primavera que les lanzaban a los valles y a las ferias, y les abrían los días intensos del trabajo con las vacas y los bueyes, arañando la tierra con los arados de madera de una sola pieza.
Tierras aisladas del resto del mundo -Courel, Ancares- donde muchos se habían enterado de la guerra civil cuando había ya terminado.
Tierras donde pisaron escasamente los maestros, o no pisaron, o a donde se les daban pluses económicos y méritos especiales años después de la guerra para atraerles a pueblos y aldeas (Ancares).
Hombres que caminaban por atajos calzados de una práctica e inteligente creación adaptada a las nieves.
Hombres y mujeres fundidos en casas de hechura antiquísima, de espacios comunales de familia, animales, utensilios y oficios primarios, rematados los techos y los tejados con paja de centeno sabiamente trabajada, colocada y trabada…