¿Cómo es posible que haya alguien al que se le ocurra restaurar precisamente un coche como el Ford Bronco? Pues a Kurt Fabian, de Gmund, que tiene un gusto un tanto especial. Se compró el coche dos veces. Ver para creer. Los coches compactos americanos de los años ochenta aún no han llegado a ser considerados clásicos de ensueño y el Ford Bronco II tampoco lo conseguirá en el futuro: está construido en México, país de los bajos sueldos, y montado sobre un chasis de pick-up muy simple. Su dinámica de conducción siempre fue, por decirlo de un modo suave, controvertida.
Aun así, Kurt Fabian (74 años), de Gmund am Tegernsee (cerca de Múnich, Alemania), ha invertido dos años y medio y 1.500 horas de trabajo en su restauración. En un coche, que cuando se fabricó se le tildaba de americano encogido, a cuya combinación de colores marrones y dorados había que acostumbrarse y del que se puede descartar un incremento de valor. Aun así, Fabian y su coche son las estrellas del encuentro de los US-Car que se celebra en Alemania. En su día, este simpático abuelo hizo un curso de chapa en la Academia de Aviación de Schweinfurt, y cuando se puso manos a la obra, inventó una técnica de restauración propia: cortar aquellas partes que estaban oxidadas, confeccionar un trozo de chapa nuevo, pegarlo y remacharlo en vez de soldarlo. Después, lo lijaba y lo pintaba. “Es más duradero”, asegura el restaurador. “Porque en el borde de cada soldadura vuelve a crearse óxido.” ¡Recortó once kilos de chapa oxidada!
La historia de su vida aporta muchas explicaciones para su meticulosidad: en 1949 aprendió el oficio de carpintero, mejor dicho, lo tuvo que aprender. “Hubiera preferido aprender algún oficio relacionado con los metales, pero entonces no se tenía esa posibilidad cuando uno había nacido en el seno de los carpinteros”. Esa genética puede generar individualistas que ya no se dejan influenciar por nadie. “He conducido muchos coches raros. Un Renault R14, por ejemplo. Y el interior solía ser marrón. Lo prefiero al triste gris o negro.”
Cogió el virus offroad en 1984 durante unas vacaciones en Chipre. El exótico Ford Bronco II, que nunca se importó oficialmente a Alemania, llegó en 1988: “Siempre me han gustado los coches americanos, pero los enormes Broncos eran demasiado grandes. Los todoterreno que podía pagar eran muy pequeños para todos mis viajes de negocio. El Bronco II era justo lo que necesitaba.” Al final de su vida laboral, en 1995, entregó el Ford con el corazón roto. “A mi mujer no le gustaba como se movía y nunca le pareció bonito”. Fabian se compró un Mondeo echando de menos, cada vez más, a su cómodo SUV bamboleante.
Hace cinco años, le llamó la atención un anuncio en el periódico local: “Se vende Bronco II”. Fabian fue a verlo y se encontró con su compañero de diario de los años ochenta. Innumerables propietarios lo habían convertido en un montón de chatarra: “Tenía óxido por todos lados. Muchos se hubieran rendido”. ¿Qué le ve este hombre a este coche? A lo mejor, la respuesta nos la da una prueba de conducción. La seguridad, lo primero: para empezar, el coche, sólo arranca pisando el embrague. ¡Guau! Este V6 suena muy bien, con un susurro casi hasta elegante. Mientras, el conductor se hunde en los asientos beige de pana.
Por dentro, el Ford Bronco no es más pequeño que su hermano mayor. Las ventanillas, que llegan hasta el techo, hacen que el coche sea muy luminoso por dentro. Y luego, ése volante: “Lo puedes poner totalmente vertical, como el timón de un barco.”
El chasis: blando, con muchos cabeceos, la dirección es indirecta y poco precisa. Antes, los que iban muy rápido acababan dando vueltas de campana... ¿Merece la pena conservar algo así? ¡Pues claro que sí! Desde que el test del alce empezó a suspender a este tipo de coches, nunca más los habrá. Su conducción es distinta, estéticamente son distintos y ya no quedan muchos ejemplares. La ambición de Fabian está ahí: “Y aún no está terminado del todo…”
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