Unos muy buenos de vascos que acabo de leer en FC (me he desñoclado con ellos
)
Tres vaqueros del Oeste coinciden en un páramo de Oklahoma en una fría noche de invierno. Se llamaban Johnny, Steve y Patxi.
Allí, a la luz de una hoguera, empiezan a contar sus mayores hazañas, intentando cada uno demostrar quién era el más duro.
Johnny: "Pues os tengo que decir que yo soy el vaquero más duro, el mes pasado maté, yo sólo y en una tarde, toda una tribu de pieles rojas, nada más y nada menos que 5.000 indios. Me metí en su poblado y empecé a disparar a todo lo que se movía. Cuando me quedé sin balas los seguí matando a pedradas, y cuando me quedé sin piedras los seguí matando a hostias. Hasta llegué a coger sus flechas con los dientes y a tirárselas de nuevo. Luego, fui donde estaban las mujeres, 2.300 en total, y me las cepillé una a una. Wow!, y puedo garantizar que todas quedaron satisfechas, repitiendo dos y hasta tres veces con las más viciosas. Y cuando acabé con la última, al salir de su tienda, maté de un lapo a un bisonte que pasaba por allí, lo asé y me lo comí. Y estaba yo tan contento que me tiré un pedo que quemó todo el poblado y me volví corriendo a casa, que estaba a 280 kilómetros, como si tal cosa."
Steve, seguro de sí mismo, comenzó a contar su historia: "Bah, eso no es nada, verás que yo soy aún más duro que tú. Yo conduje 5.000 caballos salvajes desde Alaska hasta Méjico, solo, sin ayuda de nadie, tardé ocho meses en cruzar el país pero lo hice, y eso que mi caballo murió de cansancio a la semana de empezar y no tuve más remedio que hacer todo el recorrido a pié, rodeando constantemente la manada, día y noche, sin perder ni una sola cabeza. Bueno, y a mitad de camino decidí herrarlos a todos para lo que tuve que fabricar 20.000 herraduras, moldeando el metal a patadas, y clavarlas, por supuesto, con mis propios dientes. Ah, se me olvidaba, para cuando
llegamos a Méjico, estaban todos domados. Y ahora, ¿quién os parece el más duro?."
Patxi, el tercer vaquero, que en realidad había nacido en el mismo centro de Bilbao, no había dicho nada durante toda la conversación. Y siguió sin decir nada, arrojó otra madera al fuego mientras mantenía la mirada fija en la inmensidad de la noche del desierto, recordando quién sabe qué hazaña, mientras removía lentamente las brasas de la hoguera con la punta de la polla.