MALDITOS ROEDORES.
Tengo dos nietos gemelos de cinco años de edad. Son listísimos. Ya se han licenciado en quinto de guardería, uno de ellos con sobresaliente, y el otro, que es más disperso, con un notable, pues le han suspendido la plastilina y el recreo. Cagoentóloquesemenea.
El otro día, al regresar de la consulta, más cansado que un grafitero tras pintar la Muralla China, me dirigí al dormitorio de matrimonio para echar una siestecita. Yo las duermo de pijama y orinal, con padrenuestro incluido, y las dos horas seguidas no me las quita ni Dios. Pero mi mujer me sujetó por el hombro y me dio las malas nuevas: <<Al dormitorio no entres, que están durmiendo tus nietos>>.
Malditos roedores, coño. De la calle vendrá quien de tu casa te echará. Mascullando por lo bajo, solicité la venia de mi sargento: << ¿Y dónde me meto yo ahora? >>. Mi sargento respondió: <<Vete al cuarto de tu hijo>>.
El cuarto de mi hijo es una habitación que sirve para cuando mi hijo nos visita. O sea, que sirve poco. Es cómoda, desde luego. Pero tiene una pega: por razones que no vienen al caso es allí donde tenemos la terminal del teléfono fijo. Sé que suena raro. Pero más raro es ver a un liberado sindical trabajando, y yo conozco un caso.
Llegado al cuarto, me tiré en la cama hecho polvo y, cuando estaba en lo mejorcito del sueño –recuerdo claramente que estrangulaba a mi jefe–, me sobresaltó un timbrazo. <<Cachis en Sanpitopalo. ¿Qué hora es? ¿Dónde está el fuego?>>. Miré el reloj: las tres y media. <<Magnífico, me acaban de fastidiar la siesta. Cagoentó>>.
Aturdido por esos diez minutos de modorra, más perdido que Adán durante el Día de la Madre, miré a mi alrededor y caí en la cuenta de dónde me encontraba: era el teléfono de la habitación que sonaba sin parar. <<¿Las tres y media y el teléfono llamando? Alguien me quiere vender algo. Seguro, seguro. Y seguro que es un Seguro>>.
Maldiciendo a Thor y a Odín, abandonando en la cama el cadáver de mi asesinado jefe, me dirigí al aparato. En efecto: la llamada no pintaba nada bien. Era un “Número No Identificado”, lo cual, traducido al castellano corriente, significa: “te voy a joder la siesta desde Perú”. Pero ya puestos, ya insomne, decidí cobrarme cumplida venganza. En unos lúcidos segundos pergeñé una broma para el atrevido invasor de mi siesta habitual.
–Hola, le llamamos para promocionar un Seguro Colectivo del Hogar (el acento sudamericano era inconfundible; mi aliento de hiena, también). ¿Está usted interesado?
–Por supuesto. Sin problema.
–¿Ah, sí?
–Claro, claro.
–Bueno, muy bien. ¿Me dice su nombre?
–Indalecio.
–¿Primer apellido?
–Prieto.
–¿Segundo apellido?
–Prieto.
–¿Prieto Prieto?
–Sí, sí. Muy prieto.
–¿Cómo dice?
–Nada. Prieto Prieto.
–¿Me dice su calle, don Indalecio?
–Por supuesto: calle Tirititrán Tran Tran.
–¿Tran Tran?
–Tran Tran, Tirititrán.
(…Breve y dubitativo silencio al otro lado de la línea. Se adivina que mi interlocutor está ya más mosqueado que un pavo oyendo una pandereta…).
–Vale, señor Indalecio. ¿Número de la calle, por favor?
–Tres.
–¿Tirititrán Tran Tran, tres?
–Tris. Digo sí.
–¿Puerta?
–Color marrón. Blindada.
–No, no, don Indalecio. Pregunto por el número de la puerta.
–¿La de atrás?
(…Largo y espeso silencio. Más espeso que un almuerzo con la suegra…).
–Bueno, la de atrás.
–Vale. La tres. También la tres.
–¿Tirititrán Tran Tran, tres, tres?
–Exacto: Tirititrán Tran Tran, tres, tres (la de atrás).
–¿Y la de delante?
–Todavía no tengo. Está encargada al carpintero.
–(…Nuevo silencio, esta vez definitivo. Me cuelgan con brusquedad…).
Bueno, amigos. Y ésta es mi historia de hoy. Creo que ese vendedor no volverá a marcar mi número en una larga temporada.
Y por cierto, cuando acabó la llamada y me dispuse a proseguir la siesta comenzaron a berrear mis nietos.
Malditos roedores. Malditos roedores.
Firmado:
Juan Manuel Jiménez Muñoz.
Médico y Bromista diplomado.