Definitivamente, después de atravesar hoy el puerto de la Palombera, en ambos sentidos, he de confirmar que es una máquina muy bien ajustada para disfrutar de las curvas, con un sabor a motor de la vieja escuela, que además de sonar a pura gloria atmosférica (el tono en que canta la admisión me tiene enamorado), te obliga a jugar permanente con el cambio (que es delicioso), para negociar el trazado e ir en el rango dulce de vueltas.
En resumen, tienen bien merecido el apodo de "Vencejo Supremo", con el que fluir por curvas sin límite.