Mi experiencia con Audi comenzó en el año 1989.
Había ido a Viena en un viaje de negocios y el taxi que nos llevó al centro era un Audi 100 (C3). Me quedé simplemente maravillado por el confort e insonorización de aquel coche, que me pareció superior a los Mercedes, que eran los taxis típicos en Viena y muchas otras ciudades de Centroeuropa.
A la vuelta a España, empecé a indagar sobre ese modelo, que llevaba años en el mercado y descubrí que era un coche muy avanzado para su época, con uno de los mejores coeficientes aerodinámicos (0.3) de los coches en producción en los 80.
Finalmente, en octubre de 1990, acabé comprando uno, equipado con el motor de gasolina 2,2 de 5 cilindros. Me pareció uno de los mejores coches que he tenido y lo acabé vendiendo a un amigo en 1997, con unos 80.000 km.
Basado en esta experiencia, me dejé seducir, tanto por la marca como por los “cantos de sirena” de las bondades de los motores diésel modernos- mayor par motor, suavidad, consumos moderados, etc. y a finales de 1997 encargué un nuevo A6 2.5 TDI con cambio automático Tiptronic.
Puedo prometer y prometo que fue el coche más decepcionante de cuantos haya tenido en propiedad. A causa de mi trabajo, sufría un estrés tremendo y el Audi me supuso más todavía.
El famoso par motor brillaba por su ausencia, solo dando alguna señal de vida a partir del 2.000 rpm y desapareciendo a los 4.500 rpm. ¡Parecía una moto de dos tiempos! Iluso de mí, pensaba que un motor de 2,5l y turbo tendría más par que uno de 2,2l y era todo lo contrario. Ese motor de cinco cilindros era una prodigio en cuanto a respuesta. ¡Parecía un motor de camión! Y el de 2,5l parecía a uno de 1 litro, totalmente hueco.
Y, ¿qué decir de las suspensiones? Funcionaban al revés. Cuando tenían que ser firmes, daban la sensación de estar blandas y cuando tocaba ser cómodas, transmitían todo lo contrario. Llevé el coche al concesionario para ver si se podían ajustar y se enteraron que, dado que el coche balanceaba mucho, Audi había decidido equipar todos los A6 que venían a España con el chasis “sport”. Fue una verdadera tortura, tan dura en algunos tramos de autovía que los CD alojados en el cargador del maletero, saltaban cuando estaba escuchando música.
Estaba tan exasperado que envié una carta a la dirección de Audi en Ingolstadt, explicando el problema y me dijeron que seguramente, el cargador de CD estaría defectuoso. Así, lo desmonté y lo llevé a casa central de Blaupunkt en Madrid, donde lo sometieron a diferentes pruebas.
Resultado - cuando lo recogí al cabo de 2 semanas- todo correcto. ¡Lo sabía porque había funcionado perfectamente en el Audi 100 durante siete años!
Ah, casi se me olvidaba, la caja de cambios tuvo que ser sustituida, bajo garantía, menos mal.
Estaba claro, tenía que deshacerme del coche. El problema era que estaba ligado a un contrato de leasing de 4 años que era imposible cancelar antes de 2 años.
Ni que decir tiene que, en cuanto llegó esa fecha, sería a principios de 2000, cancelé el contrato a pesar de que tenía que pagar una penalización. ¡Qué alivio!
Mi tercera experiencia fue en el verano de 2000 con el coche de mi hermano, quien vino a visitarme, conduciendo desde Londres. Acababa de estrenar su RS4, un coche con aspecto inocente de ranchera pero que escondía un motor turbo de 380 cv, preparado por Cosworth.
Cuando le pregunté por el viaje, me dijo que tenía la espalda destrozada. Me explicó también que, viniendo por la A2- desde Barcelona, tuvo que reducir la velocidad a 80-90 km/hr dado que los saltos que daba el coche en los tramos “hormigonados” lo hacía ingobernable. Así, tuvo que sufrir la ignominia de verse rebasado hasta por las cosechadoras.
Aunque le creía, tuve que probarlo por mi mismo, y fuimos a dar una vuelta por algunas carreteras al lado de casa y pude confirmar que tenía razón. Efectivamente, el coche no se sujetaba a menos que el piso estuviera tan liso como una mesa de billar.
Creo que mi hermano lo vendió en menos de un año.
La única otra referencia que tengo es de un buen amigo, propietario de un A4 del 2002, comprado nuevo, quien me explicó que el coche era impredecible en las curvas y por tanto lo conducía con mucha aprehensión.
Y allí tenéis las razones detrás de mi conclusión sobre las suspensiones de los Audi.